El Blog de Susana Pataro

Informacion y Reflexiones

Shunko

La vida y sus experiencias como maestro rural inspiraron a Jorge Washington Ábalos —científico platense y educador sensible y comprometido— a escribir Shunko, una novela publicada en 1949 y llevada, años más tarde, a la pantalla de los cines nacionales.
Una definición sintética de la historia hablaría de la relación entre un niño de los montes de Santiago del Estero, de alma y voz quichua, y su maestro, proveniente de la gran ciudad. Otra más profunda y extensa, de las vivencias de los changos saladinos que «participan del dolor de la tierra sin saberlo», que andan «a pata» sobre las tierras secas arrulladas por el viento norte; que no se cansan de escuchar leyendas y se rigen por las supersticiones; que poco saben del castilla, pero mucho de su lengua aborigen; que sufren con las «secas» prolongadas seguidas por el «agua mala» que inunda los suelos de lágrimas y desgracias; que hacen del refugio de un árbol un aula escolar; que usan las espinas del vinal para dibujar, construir herramientas o colgar un pizarrón; que entonan chacareras; que visten los delantales blancos como pasaportes para la aceptación de los puebleros; que comen maíz tostado en ceniza; que ponen sapos «panza arriba» para hacer llover.
Shunko, el apodo para el pequeño santiagueño en el que se centra el relato, no comprende cómo la gente puede vivir apretada en una ciudad. Y su madre tampoco entiende la petición de ese maestro rural recién llegado para anotar a sus hijos en la escuela. «Los niños no necesitan saber» o «yo no sé y vivo igual» son frases que hablan de la necesidad imperiosa de Laurinda Palavecino de contar con sus hijos para el cuidado de las ovejas o la recolección de leña o de agua.
«¡Qué triste estaba el campo! ¡Ni una mata de pasto, ni una gota de agua en las lagunas!». Así describe el libro a las tierras secas y salitrosas del paraje santiagueño en el cual se enmarca la historia. Pero a pesar de ser insuficientes para que la hacienda sobreviva, tienen la fuerza suficiente para que tres de las acacias plantadas por el maestro —junto al aula finalmente construida para los changos— sobrevivan contra todo pronóstico, bajo las miradas atentas de las lechuzas.
La novela, que ha sido utilizada como material de estudio en las escuelas primarias del país y, a su vez, ha sido traducida a diversos idiomas, habla de un universo lejano a las experiencias de una gran ciudad, «de una corriente que circula a la par de la nuestra y que nosotros no vemos».

(Fuente: Periodico Digital, elaborado por la Direccion de Conservacion del Suelo y Lucha contra la Desertificacion de la Secretaria de Ambiente y Desarrollo sustentable de la Republica Argentina, Entrega Nro.61, mayo 2013)

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Esta entrada fue publicada el junio 1, 2013 por en Argentina, Libros, Sociedad y Cultura.